Desde Nueva Acrópolis Sabadell se ha realizado la conferencia ¿Qué es el amor?, a cargo de M. Ángeles Reina, licenciada en Filosofía y Letras, en Danza y profesora de filosofía comparada en Nueva Acrópolis Barcelona.
Hablar del amor y definir qué es no es tarea fácil. Realmente el amor es un misterio, un bello y misterioso sentimiento que a todos nos concierne de una forma u otra.
Amar es el verbo más conjugado en todas las épocas y tiempos y proviene del latín Caritas. Los griegos tenían cuatro palabras para matizar sobre el amor:
– Eros: el amor físico, la atracción erótica.
– Filia: el amor fraternal, los compañeros, los camaradas.
– Storgé: el amor de cariño en la familia o amigos que surge de convivir y compartir.
– Ágape: el amor sublime, el incondicional, el absoluto.
Hesíodo, en el s. VI antes de nuestra era, en su Teogonía, nos explica que cuando el universo empezó su primer movimiento del Caos surgió Gea, de Gea salió Urano, y luego Eros el Mayor, que se manifiesta como el anhelo de unión hasta en el plano más denso y múltiple (el plano físico).
Erich Fromm, en su libro El arte de amar, postula que amar es un arte difícil y complejo y que hemos de encontrar sus leyes. Amar es un arte, igual que es un arte vivir, y para dominar cualquier arte es necesario llegar a un dominio profundo tanto en la teoría como en la práctica. ¿Y cuáles son estas leyes?… Pues el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento.
También tenemos a Cupido y sus flechas de plomo y oro. Y nos preguntamos: ¿por qué Cupido tiene alas, lleva un arco con flechas y tiene los ojos vendados? La versión más difundida es que era hijo de Venus y Marte, aunque para Séneca era hijo de Venus y Vulcano. En cambio, para Cicerón era hijo de Venus y Júpiter y había dos tipos de Cupido, uno que era violento y caprichoso y el otro suave y deleitoso, representando así la hermosura de su madre y la audacia de su padre, pero incapaz de guiarse por la razón. Dice la leyenda que Cupido se fabricó un arco y unas flechas de madera en el bosque y que, tiempo después, su madre Venus le regaló un arco y unas flechas de oro, cuyas puntas eran, de oro unas para conceder el amor, y las otras de plomo para sembrar el olvido e ingratitud en los corazones. Y además se le concedió el don de que nadie, ni los dioses ni su propia madre, pudiesen ser inmunes a las heridas producidas por sus flechas. No en vano, Cervantes hace mención a Cupido en su obra Don Quijote de la Mancha con los siguientes versos: «Yo soy el dios poderoso en el aire y en la tierra, y en el ancho mar undoso y en cuanto el abismo encierra en su báratro espantoso. Nunca conocí qué es miedo; todo cuanto quiero puedo, aunque quiera lo imposible, y en todo lo que es posible mando, quito, pongo y vedo».
También es curioso el que tenga alas, que al parecer es debido para indicar que el amor suele pasar pronto, y los ojos vendados para probar que el amor no ve a quién se dirige ni a sus defectos mientras se fija en la persona amada. Así que, según la flecha que lanzase, si era de oro infundía amor y si era de plomo lo quitaba… como un niño caprichoso mientras juguetea alegre y traviesamente. De ahí que a los recién casados se les regalase un pequeño Cupido con alas pero dormido.
Conviene hacer una distinción entre amor y enamoramiento. Para Ortega y Gasset, el enamoramiento es un estado reducido de atención, teniendo solo ojos para el amado y que nos causa algún que otro despiste.
El amor no es el enamoramiento, el amor es como un gran vino; un buen amor es algo que se construye a lo largo del tiempo. Conocer a la otra persona requiere tiempo, años; conocerla y amarla a fuego lento y poder llegar a la vejez con ese amor. Y es que para convivir han de tener algo que les una por encima de sus personalidades. Hay que saber aceptarse y respetarse en las diferencias. Se ama, se da, se cuida y se trabaja por lo que amamos. Las personas que cuidan dan porque aman y lo importante es la actitud ante la vida.
Así que sigamos construyendo en pos del amor, pero no cualquier amor ni a cualquier precio, sino del amor en mayúsculas, el verdadero y sublime sentimiento que nos eleva hacia lo mejor de nosotros mismos.